sábado, 4 de agosto de 2012

EL ANCIANO DE LAS BARBAS

  • PONEMOS A SU ALCANCE LA HISTORIA DEL TENTZON BUSCANDO COMPARTIR ESTA PARTE MITICA DE NUESTRO MUNICIPIO 
Atoyatempan es un municipio del estado de Puebla ubicado al centro de la entidad, en la región de Tecali, y es cruzado por el río Atoyac. Este río está formado por la confluencia del Zahuapan que nace en Tlaxcala y el San Martín que baja de Río Frío. 

Atoyatempan viene de las voces náhuatl Atl (Agua), Atoyac (Agua derramada o lágrimas derramadas) y Tempan (Labio u Orilla), por lo que su significado original es “A la orilla del río”, “A la orilla del agua derramada” o “A la orilla de las lágrimas derramadas”. 

Y en Atoyatempan se encuentra, precisamente, una montaña de medianas dimensiones a lo alto, pero de bastante longitud hacia lo largo, y a quienes muchos conocen como El Tenso o El Tenzo, de la cual existe una leyenda que muy pocos conocen y que nos lleva de la mano a los tiempos míticos del México mágico y misterioso. 

Allá en la noche de los tiempos, cuando el hombre aún no existía, los dioses y semidioses poblaban el mundo y hacían su vida como cualquier ser humano, con pasiones, con errores, con alegrías, con infortunios. 

Cuenta la leyenda que había un dios llamado Tentzon, cuyo nombre significa “Anciano de barbas”, y cuya edad rebasaba la memoria conocida. Era uno de los dioses más antiguos y poco se sabía de su origen. 

Sin embargo, un día, Tentzon se enamoró de una de las hijas más jóvenes y más bellas de los dioses: la dulce Malintzin, cuyo nombre proviene de las voces náhuatl Malin (que es el nombre que en lengua indígena se da de modo general a todas las mujeres y que significa Madre) y Tzin (que significa Señora o Princesa). 

Cuenta la historia que, precisamente por tratarse de un dios muy viejo, los demás moradores del cielo se negaron a que hubiera cualquier relación entre él y la joven Malintzin. 

Como era tradición, Tentzon nombró un Embajador para que pidiera su mano a los señores del universo. El Embajador fue un dios también muy viejo y cuyo nombre era precisamente ese: Huehuechiki o Embajador, pero que ahora se conoce como El Pinal, y que es un cerro muy alto en forma de pino que se encuentra ubicada en la región de Nopalucan y Lara Grajales, al oriente del estado de Puebla. 

Cuando conocieron de la petición de Tentzon, los dioses –como ya se dijo- se reunieron a parlamentar tres días y tres noches, y llegaron a la conclusión de que se trataba de un dios muy viejo para una muchacha tan joven y linda, por lo que se negaron a dicha unión. 

Cuentan que, cuando el Huehuechiki le transmitió la respuesta a Tentzon, éste se desgarró de dolor, y su tristeza fue tan grande, que la dulce Malintzin se conmovió y apiadó de él, despertando en su corazón la llama del amor. 

La doncella, entonces, se dirigió a los señores del cielo para que le dieran una oportunidad al anciano de las barbas, pero se negaron rotundamente, pues además, una diosa tenía vedado realizar una petición de tal naturaleza. 

Y ahora fue Malintzin quien rompió en amargo llanto. 

Los señores del universo, que no habían conocido un dolor tan grande y un amor tan extraño, se conmovieron y decidieron darles una oportunidad, así que colegiaron y, tras deliberar, mandaron llamar al Huehuechiki para darle su veredicto. 

Como ni siquiera los dioses podían romper sus propias reglas, determinaron que la prueba que se les iba a poner a los enamorados debía ser muy difícil para que nadie de ellos pudiera exponerse a un castigo. 

La prueba para Malintzin sería llorar hasta que sus lágrimas formaran una corriente tan grande que pudiera arrastrar todo aquello que encontrara a su paso. 

La prueba para Tentzon sería impedir que la corriente siguiera creciendo. Para ello, debería cubrirla con su cuerpo, pues no podría usar piedras, tierra ni ningún material más que su propio ser. 

El castigo sería que, si ella no lograba formar una corriente con su llanto, y que si él no lograba detener dicha corriente o ésta llegaba a burlarlo y escurrir por algún lado, serían confinados al firmamento y separados para siempre. 

Cuenta la leyenda que, una vez que los dioses le dieron la orden, Malintzin lloró y lloró hasta que de sus ojos brotó la corriente que daría vida al río Atoyac. Por su parte, Tentzon, cuando vio venir el enorme caudal, se tiró a lo largo y desde los pies a la cabeza, logró detener aquel torrente. 

Huehuechiki, emocionado, cantó victoria, y los dioses estuvieron a punto de celebrar el hecho, pero de lo que nadie se dio cuenta es que el agua se escurrió entre las barbas del anciano. 

Cuando los señores del universo repararon en este detalle, se sintieron decepcionados y, tristes, y se dispusieron a aplicar el castigo que habían previsto para el caso de que alguno de ellos fallara. Sin embargo, Malintzin siguió llorando a causa del dolor que esto le había causado y el anciano continuó deteniendo el torrente. 

Las diosas, maravilladas por el prodigio que el amor había operado, se reunieron con los moradores del cielo y les pidieron que, si no podían estar juntos como esposos, los dejaran continuar unidos a través de este sortilegio, sólo que los dioses no estaban muy seguros de poder aceptarlo. Fue así como Huehuechiki se ofreció como pieza de inmolación para que se cumpliera la solicitud de las diosas. 

El ofrecimiento consistió en que los dioses convirtieran en piedra a Malintzin y a Tentzon para que el universo fuera testigo de su amor eterno y ellos pudieran seguirse amando en silencio. Él, por su parte, sería el guardián de aquel cariño y quedaría petrificado cerca de ellos. 

Los príncipes, contentos, aceptaron el sacrificio y permitieron a los enamorados que vivieran su amor a través de esa corriente que, aún hoy, baña con sus aguas el centro del estado de Puebla. 

Desde entonces, Malintzin se convirtió en una montaña, y la Puebla de los Ángeles fue fundada a sus pies. Y allá en Atoyatempan puede verse todavía el caudal del río Atoyac filtrarse entre las barbas del Tentzon, mismas que ahora se conocen con los nombres de Puente Chico y Puente de Dios, bajo la mirada alerta y silenciosa de El Pinal, quien desde su morada continúa dando cuenta a los dioses sobre el cariño silencioso del dios más viejo del firmamento y la princesa más joven del cielo.